viernes, 17 de julio de 2020

Pintura

Sonó el timbre. Ella había preparado todo para recibirlo. No tenía mucha idea de cuánto tiempo iba a estar en su casa.Temía que dejara todo hecho un desastre por demasiado tiempo. Sofía era meticulosa con sus cosas, ordenada, pulcra. La idea de un pintor ensuciándole todo la ponía nerviosa. Pero esa habitación celeste la deprimía.

Ella misma había elegido dos colores, uno para cada pared, como en las revistas de decoración. Un naranja bastante oscuro y un crema. Podía saber cómo iba a quedar. Lo que no se imaginaba era que el pintor que contrató y al que le había recomendado un vecino, iba a llegar tan temprano.

Se arregló un poco el pelo haciéndose un rodete.

Del otro lado de la puerta había un hombre de anchas espaldas, rapado, con barba algo gris, y unos ojos celestes como los de la habitación que iba a pintar. Nunca creyó que le gustaría tanto ese color.

-Buen día, señora. Espero que no sea demasiado temprano.
-No me trates de usted, te lo pido por favor.
-Es por respeto, señora.
-Está bien. Pasá. Ponete cómodo. Acercate a la estufa si querés. Afuera está frío.
-Helado. Quise venir más tarde pero se me iban a superponer los trabajos. Espero que esté bien. Me dijo a las diez.
-Media hora más o menos no hace al problema. Estaba tomando un café, ¿te sirvo?
-No, gracias, señora. Ya desayuné.

Sofía se estaba dando cuenta exactamente de lo que estaba pasando. Ella no era de invitar cafés a nadie. Mucho menos a personas que trabajaran para ella. Claro que los que ella contrataba solían ser desaliñados, viejos, y con olor a tabaco, como el plomero de hacía semanas.

-Si tenés que cambiarte ahí está la habitación.
-Gracias, sí.

Sofía le indicó su cuarto. Casi no tenía muebles, sólo la cama y una mesa de luz. Pero todo estaba impecablemente pulcro. Como si no viviera nadie. Sin fotografías, sólo un espejo grande en un rincón.

El pintor cerró la puerta, pero la puerta se volvió a abrir un poco. Sofía se encontró espiándolo, lo vio sacarse el pantalón que traía y ponerse un overol azul.

-Ya estoy listo.
-Pasá entonces. Es por acá, seguime.

La habitación, pelada. Juan sacó un nylon para empezar a preparar el lugar. Ella le mostró los colores.

-¿Ves? Este color en esa pared, bien intenso lo quiero. El resto normal

Al decir esto Sofía lo miró a los ojos. Se puso nerviosa. Había algo en ese hombre que la incomodaba.

-Te dejo trabajar.

El hombre desplegó el nylon en el suelo, y puso una manta para cubrir el piso. Sofía no supo qué hacer. 

De pronto no lo quiso dejar solo. Iba y volvía a la habitación para verlo trabajar.

En uno de los viajes para ver cómo iba quedando, él la miró. No pasaron más de dos segundos pero fue suficiente para que a ella le temblaran las piernas. Dio un paso, "¡cuidado, que resbala!", pisó el nylon, trastabilló y casi se cae. Él la sostuvo con ambas manos, aunque sin darse cuenta dejó caer el pincel, que impactó justo en el lugar donde el nylon estaba corrido, manchándolo. Nadie se dio cuenta.

Inclinada ante él, ella suspiró. Y se disculpó por su torpeza. Él la ayudó a levantarse, mientras la miraba con sus ojos celestes, profundos, hasta quedarse cara a cara ante ella.

"Demasiado cerca", pensó Sofía.

Y él la besó, sin darle tiempo a pensar más. Los labios de ella se abrieron despacio, suavemente. Tenía miedo. No por lo que estaba pasando, sino porque hacía mucho que algo así no le sucedía. Él se detuvo súbitamente.

-Disculpe, señora. Es que...

Ella le puso un dedo sobre la boca. Y lo volvió a besar. Mientras sus manos bajaban el cierre del overol y dejaban el pecho de él al descubierto, y él le tocaba los senos suavemente pero decidido. Ella se agachó tirando de las ropas de él, porque sólo quería verlo desnudo. Él se dejó hacer. Y cayeron al suelo.

Ella quedó tendida en el piso con el nylon, que tenía gotas de pintura. Él levantó la pollera de ella, rasgando sus medias largas, corriendo la ropa interior hacia un lado, dejando su sexo al descubierto. Sólo fue rozarla y comprobar su humedad para que él se entusiasmara y entrara en ella con un dedo. Sofía gemía y suspiraba.

Él entraba y salía, rítmicamente, con sus dedos.
La habitación era un caos. Y ella era puro gozo.

No quería saber cómo era que eso estaba pasando, ni por qué había dejado pasar tanto tiempo desde la última vez. Gemía. Él puso la mano de ella en su sexo para que lo sintiera firme, antes de penetrarla. Sofía sentía que este hombre le estaba devolviendo algo.

En el instante perfecto en que llegaba al clímax, con el sexo palpitante de él dentro de ella, vio a un costado suyo el piso, antes tan perfecto y pulcro como ella, como toda su casa, una mancha de pintura naranja.

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