viernes, 26 de junio de 2020

Agridulce

Antes de salir, enmarcó sus ojos de negro con delineador. No era una persona supersticiosa, no creía en dioses ni fuerzas sobrenaturales. Pero podía entender que si la miraban directamente a los ojos se acercaban un poco a ella, a la que estaba dentro. Y ese día necesitaba que la vieran tal cual era.

Se acomodó el escote de la camisa blanca casi transparente mientras esperaba. El frío de la noche le erizaba los pezones, y pensar en lo que haría con él en un rato le hacía olvidar sus pequeñas preocupaciones del día.


Ambos sabían que se encontraban para una sola cosa. Demasiadas horas por teléfono, demasiados ciberencuentros sensuales. No tenían mucho más para decirse con palabras. Habían resuelto verse el viernes a la noche. Él la pasaría a buscar por cierta esquina e irían al hotel más cercano. Sin más rodeos.


El auto paró, bajó el vidrio, y él le hizo una seña desde adentro. Ella subió, confiada. Al sentarse el la tomó de la cara y besó sus labios suavemente. "Estás hermosa. Pero esa compostura te va a durar poco."


Su sentido de la orientación era pésimo, pero enseguida se dio cuenta que no iban a un hotel cercano, sino al departamento de él.


"¿Por qué cambiaste de idea?"


"Te vas a sentir más cómoda en casa."


Ella estaba un poco inquieta. Las mano derecha de él dejaba de agarrar la palanca de cambios del auto para tocarle los muslos, por debajo de la falda. Ella abría sus piernas, para dejarle el paso libre. La humedad de ella en los dedos de él lo distrajeron un momento y casi pierde el control del vehículo. Sólo un susto. Condujeron un poco más, excitados.


Pronto llegaron a un edificio moderno, de pocos pisos y grandes ventanas. En el ascensor ella se animó a tocarlo en su entrepierna. Él estaba rígido y deseoso, "calma, preciosa, ya va a ser toda tuya."


El piso entero del departamento tenía pocos muebles, pero elegantes. Ella recorrió cada rincón, hasta llegar a la habitación principal. Al entrar, entendió todo. En el hotel no habría podido usar ninguno de los artefactos que él tenía colgados en las paredes. Arneses, mancuernas, esposas, látigos, dildos de todo tipo, forma y material.


"No me imaginaba nada de esto." dijo ella.


"¿Estás asustada?"


"No"


"Deberías"


Él la tomó por el brazo y logró darla vuelta, puso una esposa en la muñeca de ella y la arrastró hasta la enorme cama.


"Siempre te dije que eras mía"


"Lo soy", dijo ella.


"Hoy lo vamos a ver"


Él tomó un cuchillo de un cajón, y lo pasó por los labios de ella.


"No voy a hacerte nada que no quieras."


"Quiero todo"


Él la hirió con el cuchillo en los muslos y ella gritó de dolor.


"¿Estás segura?"


"Haceme lo que quieras"


Él se desvistió, rompió la ropa interior de ella y la penetró con su enorme pija, haciéndola gemir demasiado fuerte. Entraba en ella, y la miraba, directamente a los ojos, y ella se sentía comprendida y amada por primera vez. Una vez, y otra, él se movía dentro, y no había en el mundo nada más hermoso e íntimo que esto. Él alternaba en ella el dolor de la daga y el placer de un orgasmo eterno, como nunca antes había sentido.


Un par de horas después, la dulce tortura seguía. El maquillaje negro en los ojos se le había corrido por las lágrimas. No creyó poder soportar otra herida del cuchillo en su carne. Él la tranquilizaba de a ratos, hundiendo tres dedos en ella, haciéndola gemir de placer, entre sollozos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Entradas populares